El comentario de la portada

La Anunciación del Señor por Pierre-Marie Dumont

Esta Anunciación ilustra un prestigioso manuscrito iluminado, encargado hacia 1530 a Simon Bening (1483-1561) por el poderoso cardenal Albrecht de Brandeburgo (1490-1545). Arzobispo de Maguncia, príncipe elector y archicanciller del Sacro Imperio Romano Germánico, amigo y pródigo mecenas de artistas, especialmente de Cranach y Grünewald, inicialmente estuvo a favor de la reforma de la Iglesia exigida por los «evangélicos» (como se denominaba a los protestantes en Alemania), pero al final permaneció fiel a la Iglesia Católica Romana y se mostró como uno de los más brillantes opositores de Martín Lutero (1483-1546).

Nacido al mismo tiempo que el irresistible auge de la imprenta (la Biblia de Gutenberg está fechada en 1450) y del arte de la xilografía que la acompañaba, Simon Bening, estrella de la Escuela de Brujas, encarna el canto del cisne del arte de la miniatura (pintura de minio que ilustraba manuscritos) y llevó este arte a su más alto nivel antes de que desapareciera. Cabe destacar que tres de sus seis hijas ejercieron con éxito la profesión de pintoras. Una de ellas, Levina, llegó a ser la miniaturista oficial de la corte inglesa y sucedió a Hans Holbein el Joven como retratista del rey Enrique VIII.

El momento en que el Verbo se hizo carne

María está en su habitación, representada alegóricamente con una arquitectura grandiosa para significar que este templo es el que ahora alberga el nuevo Santo de los santos, la morada donde Dios se hace realmente presente al mundo más allá de lo que el espíritu humano podía esperar. De hecho, sentada en un taburete bajo, con las manos cruzadas sobre el corazón, María acaba de responder al ángel: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). La pintura la capta en el momento inefable en que en su seno virginal el Verbo se hizo carne.

El ángel Gabriel está representado en levitación estacionaria. Sostiene en su mano izquierda lo que parece ser un cetro, pero que en realidad recuerda al bastón que llevaban los heraldos cuando, en Bizancio, recorrían las calles anunciando las solemnes proclamaciones del emperador. En su manto están bordadas las palabras que acaba de dirigir a la Virgen María. Su cabeza se rodea de una corona de oro con flores de lis, en honor de la Inmaculada, cuyo frontal lleva una cruz. Puesto que lo que está en juego es la salvación del mundo, el anuncio de la maternidad de María tiene lugar ya bajo el signo de la cruz. El consentimiento de María a la maternidad divina es también un consentimiento a la espada que atravesará su corazón.

La inauguración de la nueva y eterna Alianza

En el suelo, en primer plano, un jarrón de Delft presenta un ramo de flores que simbolizan las cualidades eminentes de la Virgen María, sobre todo el lirio de la pureza y la humildad de las flores del campo. Junto a ella, descubrimos, como abandonada, la bolsa de terciopelo que en su momento protegía preciosos manuscritos, libros de Horas o Biblias. Esta contenía el libro del Antiguo Testamento, que se encuentra en el pequeño desierto junto a la Virgen María.

Este saco está vacío y en el suelo para significar que la Antigua Alianza queda obsoleta por el hecho mismo de que se cumple más allá de toda palabra por la encarnación de Dios en el seno de la Virgen María. Sin embargo, una filacteria se escapa del saco en el que está inscrita esta profecía del libro de Isaías: «He aquí que la Virgen ha concebido y da a luz un hijo» (Is 7,14). En lugar de mirar al ángel, o leer la profecía, María contempla de rodillas el libro en el que está escrito –podría decirse que en directo– el comienzo del evangelio y la inauguración de la nueva y eterna Alianza.

Detrás de la Virgen, la cesta de costura hace referencia a las antiguas representaciones de la Virgen con la rueca que aparecieron ya en época romana, en particular, en la basílica de Santa María la Mayor. En el momento en que fue sorprendida por la visita del ángel, María estaba tejiendo una tela blanca que se convertiría en el sudario de Cristo. Aquí vemos el borde de este paño que sale de la cesta.

En un rincón, detrás del ángel del fondo de la habitación, el artista ha representado una hornacina que contiene un lecho nupcial sin usar. Este símbolo tiene por objeto hacer comprensible a todos que un hijo del hombre ha sido concebido, pero sin las relaciones entre los cónyuges que naturalmente lo procuran. Finalmente, a través de la ventana, podemos ver el jardín amurallado, el hortus conclusus del Cantar de los cantares (4,12) que prefigura a la Virgen Madre de Dios: Hortus conclusus soror mea, sponsa; hortus conclusus, fons signatus (Mi hermana, mi prometida, es un jardín amurallado; huerto cerrado, fuente sellada), Vulgata.

• La Anunciación, Simon Bening (Ca. 1483-1561), Los Ángeles (EE.UU.), Museo J. Paul Getty.
Imagen digital cortesía del Programa de Contenido Abierto de Getty.

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Ars nova y devotio moderna - Portada de Semana santa

A finales del siglo XIV y a lo largo de todo el siglo XV, especialmente bajo el impulso de las fraternidades de los Hermanos de la Vida Común, se desarrolló en Flandes y Holanda una nueva forma de piedad y espiritualidad que tomaría el nombre de devotio moderna y que, al final, fundiría armoniosamente sus riquezas en el tesoro de las espiritualidades católicas. El movimiento trataba de equilibrar la práctica inducida por la liturgia pública y oficial –que con demasiada frecuencia se vivía de manera demasiado formal y superficial– con una piedad íntima que considera que la vida del cristiano se desarrolla ante todo en lo más profundo de su ser. Ya no busca fusionarse con Dios elevándose hacia él, según el ideal de la espiritualidad medieval. Como es Jesucristo quien viene a habitar en el cristiano, ahora se trata de hacerlo vivir en nosotros imitando su vida aquí en la tierra.

Esta imitación de Jesucristo, incluida la imitación de su caridad en una vida activa, contrarresta el riesgo de que el adepto a la devotio moderna se hunda en el subjetivismo espiritual y en el individualismo. De este modo, se debe valorar el «sacramento del hermano», que ofrece infinitas oportunidades para el encuentro real con Jesucristo en la vida verdadera y para la consagración a su servicio. Así lo atestigua una anécdota (que cito aquí de memoria) tomada del gesto del beato Juan Ruysbroeck. Durante la Misa en comunidad, el beato ve a un hermano que sostiene en sus manos un humeante cuenco de té de hierbas aromáticas. Cuando le pregunta la razón, el hermano respondió: «He preparado este remedio para un hermano que está gravemente enfermo; estoy esperando para llevárselo hasta el final de la Misa, porque hay que servir primero al Señor Dios». Y el beato respondió: «Ve inmediatamente y lleva la medicina a tu hermano enfermo, porque el Dios al que irás es tan verdadero como el Dios que dejarás en la Misa». A las Hermanas de la Caridad que tendían a privilegiar el Oficio Divino sobre el servicio a los pobres, san Vicente de Paúl les repetía incansablemente: «Hermanas mías, no es dejar a Dios, sino dejar a Dios por Dios».

Para apoyar esta nueva espiritualidad, la pintura flamenca y holandesa hizo corresponder un ars nova a la devotio moderna. A este nuevo arte, lanzado en particular por los Van Eyck, se vincula la obra que ilustra la portada del Magnificat de Semana Santa. Se puede observar el hiperrealismo que caracteriza este arte: busca reproducir la ilusión del mundo visible hasta en sus más mínimos detalles, para abrirse mejor a la contemplación del universo invisible en lo más íntimo de uno mismo. Obsérvese la sutil luz que baña la composición y el fondo dorado que significa el reino de Dios cuya reina es ahora la Madre de Cristo.

Este pequeño cuadro, que estaba destinado a la devoción privada, busca comunicar una emoción y crear una fuerte empatía en el sujeto. Normalmente, la representación de la Virgen de los Dolores se asociaba a la representación del Cristo coronado de espinas, como se puede ver en el díptico del Museo Suermondt-Ludwig de Aquisgrán1. El modelo creado por Dirk Bouts (1415-1475) tuvo tanto éxito que hubo de lanzar una serie de copias, que duraron casi un siglo en el taller de Albrecht Bouts (Ca. 1451/55-1549), hijo del artista y también genial pintor.

Traducido del original francés por Pablo Cervera Barranco 

Mater Dolorosa (1480-1500), Dieric Bouts (Atelier, siglo XV), Instituto de Arte de Chicago, Illinois, Estados Unidos. Foto: dominio público.